1.- Un partido
El primero de esta final que se encuentra todavía en una encrucijada. Fue un partido con mayúsculas, con dos equipos haciendo de tripas corazón con su cansancio acumulado y lanzados al noble arte de meter canastas. No me importa repetir una y otra vez que existen muchos tipos de baloncesto, y aunque todos son respetables, algunos resultan más atractivos que otros. Puestos a ser tiquismiquis las defensas de ambos conjuntos no hubiesen pasado un exigente control de calidad, pero eso permitió que se pudiesen expresar muchos de los talentosos jugadores que hay en la pista. A partir del comienzo de Nachbar, un tipo que no tiene punto medio, o está de lujo o no está para casi nada, se fueron sumando jugadores a la fiesta, dando trabajo al encargado del marcador y haciendo disfrutar a cualquier aficionado que le guste este deporte. Aunque en el segundo choque la cosa no fue de tanto cohete, mantengo la esperanza de volver a presenciar un partido parecido, de altas revoluciones, un buen ritmo de juego y espacio para la construcción más que para la destrucción.

2.- Una serie.
La urgencia del Madrid, traducida en una mejor efectividad defensiva, unida a cierto espíritu contemplativo del Barcelona colocó el empate en la eliminatoria. Las series de playoffs obligan siempre al último perdedor a mover ficha, y el Madrid cumplió con su obligación. Allá donde perdió el primer encuentro, las zonas y su energía defensiva, allá donde encontró la forma de igualar el resultado general. Con este 1-1 y el cambio de sede, se reanuda la final con los dos equipos igual de exigidos. Los partidos impares suelen resultar cruciales, y aquel que se lleve el gato al agua el martes, tendrá más de media liga ganada. Al no haber habido excesiva regularidad en los rendimientos tanto colectivos como individuales, cualquier pronóstico sobre la forma y el resultado final de estos trascendentales cuarenta minutos corre más peligro que ser desmentido en el Palau. Una pista que por cierto, parece más estresante para los jugadores del Barcelona que para los visitantes. Ni siquiera de los beneficios de jugar en casa se puede ser concluyente.

3.- Un tormento
Durante mi etapa de jugador a veces llegue a la conclusión que el motivo por el que los jugadores quieren estar en la pista siempre no era simplemente por jugar, sino por no estar en el banquillo, donde se pasa canutas. Por eso me imagino el tormento que supuso y va a suponer a Pablo Laso, alguien que no conoce la palabra quietud, el que su lesión le prive de poder espantar algo la tensión con el movimiento físico. No me imagino que aunque sea con muletas, silla de ruedas o a la sillita de la reina, Pablo no esté con los suyos en un momento tan crucial. Pero supongo que la decisión la tendrán los médicos. Eso sí, si desaconsejan su presencia, ya le pueden encerrar en la habitación del hospital y tapiar las ventanas, porque si no, Laso es capaz de fugarse por la ventana, cogerse un taxi, un avión a Barcelona y otro taxi para poder estar a las 19.15 sentado en su silla especial en el banquillo del Palau.


